El precepto del Salvador nos invita a la semejanza con el Padre: “Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). En los grados inferiores, a veces el amor del bien se interrumpe cuando la tibieza, satisfacciones o placeres llegan a debilitar el vigor del alma y hacen perder de vista el temor del infierno o el deseo de la felicidad futura. Sin embargo, constituyen peldaños del progreso, aprendizajes.
Si al principio hemos evitado el vicio por el temor al castigo o la esperanza de la recompensa, no es posible pasar al grado de la caridad porque “En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, ya que el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4,18-19). Ningún otro camino nos eleva a la verdadera perfección. Como Dios nos ha amado el primero, importándole sólo nuestra salvación, así debemos amarlo únicamente por su amor.
Esforcémonos con total ardor de subir del temor a la esperanza, de la esperanza a la caridad de Dios y al amor de las virtudes. Vayamos hacia la afección al bien por él mismo y permanezcamos en él, inmutables, tanto como es posible a la naturaleza humana.
San Juan Casiano (c. 360-435)
fundador de la Abadía de Marsella
De la perfección, Conferencias (SC 54, Conférences VIII-XVII, Cerf, 1958), trad.sc©evangelizo.org
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