Dios, Creador del universo, modeló al hombre a su imagen y semejanza. Él es figura de todas las criaturas, superiores e inferiores. Dios amó de tal amor al hombre, que le reservó el lugar del que había sido expulsado el ángel caído. Le atribuyó toda la gloria, todo el honor que ese ángel había perdido, al mismo tiempo que su salvación. He aquí lo que te muestra el rostro que tu contemplas…esta figura simboliza el Amor del Padre celeste.
Ella es el amor: en el seno de la energía de la divinidad perenne, en el misterio de sus dones, ella es la maravilla de una insigne belleza. Si ella tiene la apariencia humana, es porque el Hijo de Dios se hizo carne para arrancar al hombre de la perdición, gracia al servicio del amor. He aquí por qué ese rostro es de tal belleza y claridad: es el rostro de la eterna belleza, del eterno amor. Te sería más fácil contemplar al sol que contemplar ese rostro. La profusión de amor irradia, luz de una luminosidad sublime y fulgurante. Va más allá de nuestros sentidos, de una manera inconcebible para todos los actos de la comprensión humana, que habitualmente aseguran el conocimiento al alma.
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179)
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
El
Libro de las Obras Divinas (Le Livre des Œuvres divines, in “Hildegarde
de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”,
Béatitudes, 2012), trad.sc©evangelizo.org
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