DOLOR:
_Le estuvieron buscando entre los parientes y conocidos, y al no hallarle, volvieron a Jerusalén en su busca_ (Lc 2, 44-45).
Aunque ni tu alma ni tu corazón lo habían hecho, tus ojos perdieron, de vista, a Dios, y en almas tan excelsas, como la tuya y la de María, no cabía mayor dolor.
El Hijo encomendado se había extraviado; cualquiera hubiéramos pensado que a Dios le habíamos fallado, pero era tal tu amor, ¡oh, José!, que no tuviste tiempo para pensar en ti mismo.El hijo perdido, el sufrimiento de su Madre y el tuyo eran suficientes dolores para forjar, en tu alma y corazón, una poderosa cruz.
GOZO :
_Al cabo de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas_ (Lc 2,46).
Y una vez más, tu hermosa alma superó la prueba del dolor, un dolor que se rindió a la felicidad cuando tus ojos se reencontraron con el Niño Dios, cuando viste que las lágrimas de María eran, entonces, de felicidad.
Si nuestro corazón es tan pequeño que es capaz de sonreír cuando encuentra algo que en este mundo ha perdido, ¡cuál será la felicidad de quien habiendo perdido a Dios, lo encuentra!
Quiero pensar, san José, que tu pecho era el mismo Cielo cuando viste, entre los doctores, a tu hijo y sentiste que en el corazón de María se había borrado el dolor.
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