(11 de febrero)
Madre, en una gruta, a las afueras de Lourdes, elegiste a una sencilla niña para revelar tu amor, el mismo que te llevó a darte a conocer como la Inmaculada Concepción.
Bastaría tu mera presencia para que alma y corazón descubrieran las mieles del Cielo, pero quisiste ofrecer tu poderosa intercesión ante los enfermos, pues bien sabías que también sus almas recobrarían la salud.
María, Virgen de Lourdes, al mencionarte el cuerpo olvidará sus cruces y el alma sus lágrimas; al besar ese rosario que colgaba de tus divinas manos cuando te mostraste a Bernadette Soubirous, descubriremos que no hay mayor consuelo para ese enfermo cuerpo, que rezar a la Madre de Dios.
Madre del Amor por excelencia, Madre que no mide en el amor, que ante ti se rindan quienes sientan en su cuerpo la cruz y arrancarán, también, de su alma el dolor.
Virgen de Lourdes, ruega por nosotros.
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