Leemos en la historia que, un día, un santo sacerdote encontró a un cristiano que vivía en la constante aprehensión de sucumbir a la tentación. “¿Por qué teme?, le preguntó el sacerdote. Llorando, contestó que había razón para temblar, ya que en el cielo millones de ángeles sucumbieron y, en el paraíso terrestre, Adán y Eva fueron vencidos. (…)
Mi amigo - le dijo el santo sacerdote- debe saber que el demonio es como un gran perro atado, ladra y hace mucho ruido pero sólo muerde al que se aproxima demasiado. Tenga confianza en Dios, huya las ocasiones de pecado y no sucumbirá. Si Eva no hubiera escuchado al demonio, si ella hubiera emprendido la fuga desde el momento que él le hablaba de transgredir los mandamientos de Dios, no hubiera sucumbido. Cuando sea tentado, rechace en seguida las tentaciones y si puede haga devotamente la señal de la cruz. Piense en los tormentos que enduran los reprobados por no haber resistido a la tentación, eleve los ojos al cielo y verá la recompensa del que combate, llame a su buen ángel a su socorro. Échese rápidamente en los brazos de la madre de Dios, clamando por su protección. Así estará seguro de salir victorioso de sus enemigos y los verá pronto cubiertos de confusión.
Si sucumben, mis hermanos, que eso no venga de no querer tomar los medios que el buen Dios nos ofrece para combatir. Es necesario estar bien convencidos que por nosotros mismos sólo podemos perdernos. Pero, con una gran confianza en Dios, podemos todo.
San Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, párroco de Ars
Sermón
para el 2º Domingo después de Pascua (Sermons de Saint Jean Baptiste
Marie Vianney, Curé d'Ars, II, Ste Jeanne d'Arc, 1982), trad.
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