(12 de octubre)
Virgen del Pilar, viste a Santiago sufrir, escuchaste sus lamentos, adivinaste su dolor e, impulsada por tu corazón de madre, fuiste en auxilio del primer apóstol que dio la vida por tu Hijo y lo llenaste de fe y amor.
Me vencen las emociones cuando revivo esa escena en la que tus pies, al besar el Ebro, calmaron sus aguas, la misma paz que sintió Santiago en su corazón y alma.
Dibujaste una sonrisa en su corazón, secaste sus lágrimas y, cuando estaba a punto de rendirse, elevaste a las más altas cumbres su alma.
Virgen del Pilar, esa esperanza que infundiste en el apóstol fue la causa de que hoy te veneren en España, en la Hispanidad.
Déjame ser una de esas lágrimas que el apóstol dejó caer en el río o, mejor dicho, ser el mismo río que contempló tu rostro. Déjame ser una de las rosas que cubren ese pilar para besarte cada día.
María, quiero, desde hoy, recibirte en mi corazón y alma para que ambos se enciendan de amor al oír el nombre de la ¡VIRGEN DEL PILAR!
Madrid, España
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