Cuando los amigos de Jesús se reúnen en torno a la mesa eso se convierte en...
"Un convite de serafines"
La última vez que Fray Pedro de Alcántara partió de Avila, la despedida ensombreció la alegría de Teresa: los dos sabían que no volverían a verse en esta tierra. Ella logró, con su cariño, que tomara su último almuerzo en uno de los locutorios de la Encarnación y, como era una buena cocinera, hizo platos deliciosos para aquel que sólo comía hierbas y pan duro. Extendió un mantel limpio, colocó una vajilla de rustica loza, pero limpísima, y se puso a servirle con los ojos bajos. Algunas hermanas fisgonas que metieron la nariz vieron algo sorprendente: Jesús mismo le daba de comer con sus manos. Así toda la ciudad supo que el almuerzo había sido "un convite de serafines".
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