Para comprender el
papel que María desempeña en la vida cristiana, para sentirnos atraídos hacia
Ella, para buscar su amable compañía con filial afecto, no hacen falta grandes
disquisiciones, aunque el misterio de la Maternidad divina tiene una riqueza de
contenido sobre el que nunca reflexionaremos bastante.
Hemos de amar a Dios con el
mismo corazón con el que queremos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los
otros miembros de nuestra familia, a nuestros amigos o amigas: no tenemos
otro corazón. Y con ese mismo corazón hemos de tratar a María.
¿Cómo se comportan un hijo
o una hija normales con su madre? De mil maneras, pero siempre con cariño y con
confianza. Con un cariño que discurrirá en cada caso por cauces determinados,
nacidos de la vida misma, que no son nunca algo frío, sino costumbres
entrañables de hogar, pequeños detalles diarios, que el hijo necesita tener con
su madre y que la madre echa de menos si el hijo alguna vez los olvida: un beso
o una caricia al salir o al volver a casa, un pequeño obsequio, unas palabras
expresivas.
(Es Cristo que pasa, 142) San Josemaría
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