Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le vas a dar a conocer? (Camino, 105)
Procura dar gracias a Jesús en la Eucaristía, cantando loores a
Nuestra Señora, a la Virgen pura, la sin mancilla, la que trajo al mundo al
Señor.
–Y, con audacia de niño, atrévete a decir a Jesús: mi lindo Amor,
¡bendita sea la Madre que te trajo al mundo!
De seguro que le agradas, y pondrá en tu alma más amor aún. (Forja,
70)
Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de
tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad!
–Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves
a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» –toda pura,
maravillosa–, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que
fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame –enséñanos a todos– a
tratar a tu Hijo! (Forja, 84)
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