A Dios, en la Biblia, se lo nombra como el Señor de los ejércitos.
Y debemos saber que si Dios tiene ejércitos, es porque hay guerra.
Efectivamente, desde los albores de los tiempos, se combate una guerra entre los ángeles de la luz y los espíritus de las tinieblas, encabezados los primeros por San Miguel Arcángel, y los últimos por Satanás.
Nosotros, los hombres, estamos implicados también en esta guerra santa, la única guerra santa, que se combate sin tregua y sin pausa, y de la que depende nuestra salvación eterna y la salvación de innumerables almas.
Pocos son los cristianos que tienen clara la idea de que son soldados de Cristo y que combaten a su servicio, y que en contra tienen a un enemigo formidable que los odia a muerte y que usa toda su inteligencia y dones de ángel caído, para arrastrarlos al mal y al abismo infernal.
Pocos también son los sacerdotes y obispos que adiestran y ponen en guardia a los fieles católicos sobre esta tremenda realidad, esta batalla entre el Bien y el Mal, y así muchísimos hombres no saben que forman parte de una guerra tremenda.
La Palabra de Dios es santa, y si se llama a Dios: “Señor de los Ejércitos”, es porque Dios tiene ejércitos y hay guerra.
Pero el mundo moderno no quiere creer en esta realidad, y dentro de la misma Iglesia Católica son pocos los que se preocupan por llevar adelante esta batalla, empleando los medios adecuados para repeler y derrotar al enemigo. De modo que los demonios y todo el ejército del mal, tienen prácticamente el terreno libre para actuar, y así vemos cosas cada vez más terribles en el mundo.
Es tiempo de que los cristianos despertemos del sueño en que estamos, adormecidos por el materialismo, engendro de Satanás, y que empuñemos las armas espirituales de la oración y la penitencia, que echemos mano a los Sacramentos y a los sacramentales como medallas, escapularios, agua bendita, exorcismos, pues si estamos pasivos ante el mal, nos perderemos para siempre.
El Señor ha instituido el sacramento de la Confirmación justamente para hacer de los fieles comunes, soldados elegidos para que participen en lo más reñido de la batalla.
La Confirmación es un sacramento grande, poco y mal explicado por quienes lo administran, de modo que no se aprovechan los recursos y dones que el sacramento da al confirmado, porque se desconoce para qué se ha sido confirmado.
Estamos en guerra, y la guerra es una cadena de batallas. La batalla actual es la mayor, y se hará cada vez más dura. Por eso nos tenemos que preparar concienzudamente a este combate, porque no sólo se decidirá nuestra salvación eterna particular, sino también la salvación o condenación eterna de muchísimas almas.
Debemos tener una especialísima devoción a María Santísima, Enemiga personal de Satanás, ya que es María la que conduce a los ejércitos de Dios para obtener, al final, su mayor triunfo, pues el Inmaculado Corazón de María triunfará, como la Virgen lo ha prometido en Fátima.
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