La paz que traigo ahora en mi pecho es diferente a la paz que soñé
un día. Cuando se es joven e inmaduro, se cree que tener paz es poder hacer lo
que se quiere, quedarse en silencio y jamás enfrentar una contradicción o una
decepción.
El tiempo nos va mostrando que la paz es el resultado del
entendimiento de algunas lecciones importantes que la vida nos ofrece.
La paz está en el dinamismo de la vida, en el trabajo, en la
esperanza, en la confianza, en la fe.
Tener paz es tener la conciencia tranquila, es tener la certeza de
que se hizo lo mejor o, por lo menos, que se lo intentó.
Tener paz es asumir responsabilidades y cumplirlas, es tener
serenidad en los momentos difíciles de la vida.
Tener paz es tener oídos que oigan, ojos que vean y boca que digan
palabras que construyan.
Tener paz es tener un corazón que ama, es admitir la propia
imperfección, es reconocer los miedos, las flaquezas, las carencias.
Tener paz es respetar las opiniones contrarias, y evitar las
ofensas, es aprender de los propios errores, tener el valor de llorar o de
sonreír cuando sea necesario.
Es tener fuerzas para volver atrás, pedir perdón, rehacer el
camino, agradecer.
La paz que ahora traigo en mi pecho es la tranquilidad de aceptar a
los otros como son, y estar dispuestos a cambiar las propias imperfecciones.
Es la voluntad de compartir lo poco que tengo. Mejorar lo que está
a mi alcance, aceptar lo que no puede ser cambiado, y tener lucidez para
distinguir una cosa de otra. Es admitir que no siempre tengo la razón.
Tener paz es, por sobre todo, buscar la vida eterna, el Reino de
Dios, viviendo con el corazón puesto en Él: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto –no estará en paz– hasta que descanse en ti”. (San Agustín)
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