El Papa Francisco, en la Bula de
Convocatoria del Jubileo “Vultus misericordiae” llega a afirmar: “La
misericordia es la viga de la Iglesia”.
La cuaresma, especialmente este año,
apuntala esa idea del Papa. A veces la carcoma del individualismo, la fe
relativizada, el amor resquebrajado, el pudor para hacer el bien, el cansancio
o hastío caritativo y otras tantas razones hacen que –esa viga– vaya
debilitándose y necesite ser recuperada en su esencia, revitalizada y
restaurada. No olvidemos que, el pilar central, es Cristo. De Él van saliendo
esas vigas que sostienen toda iniciativa de la Iglesia en aras a brindarnos a
los demás con generosidad y sin límites.
1. La Santa Cuaresma, en ese sentido,
nos blinda para no venirnos abajo y en este Año de la Misericordia nos anima a
consolidar nuestro corazón con los sentimientos del mismo Cristo:
Primero: a cambiar en algo y, si puede ser, a
mejor. La Pascua la viviremos con más vida si, nuestra existencia, la sabemos
perfeccionar en estos cuarenta días que quedan por delante
Segundo: a recuperar nuestra amistad con
Cristo. Muchas veces nos ocurre como con los amigos de a pie. Sabemos que están
ahí pero apenas los recordamos. ¿Seremos capaces de sensibilizar nuestro
interior ante lo que Jesús hizo por nosotros? ¿Somos conscientes de que subirá
a la cruz por nosotros?
Tercero: este miércoles de ceniza nos invita a
desplegar las actitudes del perdón y de la alegría, de la paz y de la
reconciliación y, sobre todo, a arrojar de nosotros todo aquello que nos impide
estar en armonía con Dios.
2. Ojala pudiéramos proponernos, durante
este tiempo de gracia que es la cuaresma, un buen discernimiento, una buena
reflexión para llegar a la Semana Santa con una sentida confesión, personal y
sincera, emotiva y transparente, diáfana y con afán de mudar aires de
verdad.
-Ojala que, la ceniza (el polvo que
queda de una combustión) sea reflejo de lo que deseamos hacer de esa materia
que nos impide llegarnos hasta Dios.
-Ojala que, la ceniza, sea una llamada a
reconocer que sólo Dios permanece y que, nosotros, un día seremos redimidos por
la cruz del Señor.
-Ojala que, la ceniza, sea una
reclamación a ponernos en marcha. A liberarnos de tantos eslabones que nos atan
y no nos dejan margen para ser libres, para pensar en Dios o para vivir con
entusiasmo nuestra fe cristiana.
Estamos en el Año Santo Jubilar de la
Misericordia. El acto exponencial más supremo de Dios, en su afán de acercarse
a nosotros, fue romper su divinidad para hacerse humanidad en Belén. Pero, más
radical y sangriento, fue ese otro acto elocuente donde sobraron las palabras y
hablaron las obras: Jesús en la cruz. Que nos preparemos en ese sentido a
contemplar, meditar, recuperar y ser agradecidos con el gran regalo que Cristo
nos trajo en su pasión, muerte y resurrección: LA REDENCIÓN.
Las obras de misericordia, corporales y
espirituales, pueden ser un perfecto programa de vida para estos cuarenta días.
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