Dios, según su proyecto original, estableció los bienes en plenitud y acomodó el edificio de virtudes de forma que no hubiera lagunas. Combatió hasta el final a sus enemigos, que tienen el corazón lleno de orgullo, que tratan se subir antes de tener la escalera, que se sientan antes de tener un asiento y de los que la obra es solo un decir: cuando es desenmascarada, desaparece.
De Dios proceden los seres vivos, no tiene comienzo, únicamente él permanece. Vive en sí mismo, puede por sí mismo, conoce de él mismo. El que solo vive, puede y conoce, es Dios. Todas las obras de Dios son distintas y cumplidas en esos tres poderes. Es en él que sus obras tienen capacidad de actuar. (…)
Cuando el hombre en sus proyectos se da a sí mismo su ley, es como si fuera su propio Dios. Entonces, Señor, te muestras a él con tus justos juicios para que sepa que no puede nada contra ti. Pero cuando un hombre llega a despreciar tus enseñanzas al punto de adorar imágenes en tu lugar, entonces, con una justa decisión, combates a tu enemigo…
Dios es la vida que no está opacada por un comienzo y que no tiene fin. Él es nuestro Dios que al ser la Vida, da la vida eterna a los suyos. (…) ¿Quién puede realizar eso sino Dios? Todo lo que Dios puso en un lugar según su orden propio, lo culminó, y no pasa vanamente como los pensamientos de los hombres. Ellos hacen de esos pensamientos empresas que no pueden llevar a buen término.
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179)
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
Scivias, El Libro de las Obras Divinas, 6 (en “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012), trad. sc©evangelizo.org
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