Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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domingo, 5 de junio de 2022

Y vosotros sois testigos de esto

Pentecostés es la palabra griega que significa «cincuentena». Este día cincuenta que celebraba el pueblo judío, se contaba a partir del día que habían inmolado el cordero pascual; y eso era porque, cincuenta días después de la salida de Egipto, la Ley fue dada sobre la cumbre ardiente del monte Sinaí. De igual manera, en el Nuevo Testamento, cincuenta días después de la Pascua de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y se les apareció en forma de lenguas de fuego. La Ley fue dada en el monte Sinaí, el Espíritu en el monte Sión; la Ley en la cima del monte, el Espíritu en el Cenáculo.

«Todos los discípulos estaba juntos el día de Pentecostés. De repente, un ruido del cielo»... Tal como lo dice un salmo: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios» (45,5). Un gran ruido acompaña la llegada de aquel que venía a enseñar a los fieles. Fijaos como eso está de acuerdo con lo que leemos en el Éxodo: «Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar» (19,6). El primer día fue la encarnación de Cristo; el segundo día, su Pasión; el tercer día el envío del Espíritu Santo. Llega ese día: se oye el trueno, hay un gran ruido, brillan los relámpagos –los milagros de los apóstoles-; un nube espesa –la compunción del corazón y la penitencia- cubre la montaña, el pueblo de Jerusalén (Hch 2,37-38). (...)
«Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego». Unas lenguas, las de la serpiente, de Eva y Adán, habían hecho entrar la muerte en este mundo. (...) Por eso el Espíritu aparece en forma de lenguas, oponiendo lenguas a lenguas, curando a través del fuego el veneno mortal. (...) «Y empezaron a hablar». Este es el signo de la plenitud; el vaso lleno hasta rebosar; el fuego que no se puede contener... Estas diversas lenguas son las diferentes lecciones que nos ha dejado Cristo, como son la humildad, la pobreza, la paciencia, la obediencia. Hablamos estas diversas lenguas cuando damos ejemplo de estas virtudes al prójimo. La palabra es viva cuando hablan las obras. ¡Hagamos hablar a las obras!
 
 
San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
 

 

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