Antes de Jesús, le llamábamos Señor, Dios o Yahveh, pero Jesús nos enseñó a decirle Padre.
Cuando ores, no digas tantas palabras, di Padre y los oídos del Padre se abrirán y sus ojos te mirarán como al hijo que nos entregó, como al mismo Jesucristo, su hijo muy amado. Todo lo demás, Él ya lo sabe, pero en esa preciosa oración del Padre Nuestro se sintetiza nuestra adoración, nuestro amor, nuestra necesidades esenciales y súplicas de perdón y misericordia, que condicionamos a la misericordia con que tratamos a los demás.
Todo lo que agreguemos a esta oración, nuestro Padre ya lo sabe, pero está bien que se lo digamos y que le pidamos con confianza y desde el corazón, pues Él, como el mejor de los padres quiere darnos no solo lo que es bueno para nosotros, sino lo que es mejor.
Di todos los días, ¡feliz día Papá!, porque no hay Padre, más padre que el Padre. Así sea.
Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.
Palabra del Señor.
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