Hubo una época en la que la idea de Dios fue a tan alta cota elevada, tan superior y sagrada, que se convirtió en un Dios distante, inaccesible y lejano. Solo mentarlo era osadía.
Forjaron un Dios amenazante y justiciero, vengativo con quien traspasara la línea de lo prohibido, ignoraron su perdón y olvidaron que los había creado por puro Amor.
Tuvo que ser, una vez más, el mismo Dios quien se abajara a las profundidades del ser humano, iluminara sus penumbras y devolviera a ese corazón el primer sentimiento con el que fue creado.
Y para que esa criatura rescatase el Amor, Dios entregó su mismísimo Corazón.
Se hizo tan carnal y humano como cualquier semejante, pero en su pecho encerraba ese maravilloso regalo que acompaña al alma: el Sagrado Corazón de Jesús.
Su Sagrado Corazón invita a vivir en los brazos de Dios, por lo tanto, déjame, Señor, que me adentre en tu pecho, que conozca tus entrañas y que me refugie a la sombra de tu Sagrado Corazón; déjame, aunque solo sea un momento, contemplarlo, solo así entenderé por qué hay que dar gracias a la vida que me has dado, por qué hay que amar al prójimo y por qué, sobre todo, debo rendir mi vida ante Ti, poner mi alma a tus pies y dejar que se llene de alegría al contemplar el Sagrado Corazón de Jesús.
Madrid, España
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