"Esto es mi cuerpo”. “Esta es mi sangre”.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna”.
Hoy, Señor, exaltamos ese momento en el que tus palabras hicieron que tú, el mismo Dios, quedaras al alcance de nuestra lengua para habitar en nuestra alma.
Dime, Cristo, qué amor te llevó a anonadarte en la Sagrada Forma, pues solo puede ser divina esa entrega y solo puede venir de Dios dicho Amor.
¿Es posible que baste abrir los ojos y al contemplar esa forma de pan estar viendo al mismo Dios?
¿Es posible que el Amor que nos tienes te llevara a ser preso de nuestra boca?
¿Cabe en humana razón que Aquel de quien nació todo se ofrezca como alimento de sus criaturas?
Cuerpo de Cristo, Corpus Christi, no dejo de pensar que en cada pecho que dignamente te reciba queda grabada la huella de Dios. Es el mismo Dios quien en él habita, es tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, ¡Dios mismo!, el que convierte en sagrario nuestro cuerpo.
Pero porque la razón no alcanza, deja, Señor, que sea la fe quien te reciba; entonces, solo así, lleno de fe, seré capaz de adecentar mi alma, abrir los labios y recibir esa Sagrada Forma sabiendo que eres tú, Corpus Christi, quien se entrega, quien se ofrece a hacer de mi cuerpo un sagrario.
Ya que ni la razón ni el corazón son capaces de abarcarte, danos, Cristo, una fe que alimente el amor, un amor que nos lleve a adorar ese Corpus Christi, esa Sagrada Forma en la que tú, Dios, te has escondido para habitar en nuestra alma.
“Te adoro con devoción, Dios escondido…..”
¡¡Adoro te devote!!
Madrid, España
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