La Santísima Virgen ora con la primera comunidad. Ella, maestra de oración, siempre dócil a la suave voz del Paráclito, enseña a los discípulos a esperar con confianza al Don que viene de lo alto: el Espíritu prometido por Jesús como fruto de su muerte y resurrección.
Y es que María, por su profunda humildad y su amor virginal, se ha convertido en Esposa del Espíritu Santo. Por su fe, esperanza y caridad, María es tipo de la Iglesia. Ella está tan vacía de sí misma y tan llena de amor a la voluntad de Dios, que el Espíritu Santo se complace en inundar continuamente su alma y escuchar sus ruegos por la Iglesia naciente.
Queridos hermanos, pidámosle por eso a María que nos obtenga esa gracia de ser, como Ella, moradas auténticas del Espíritu Santo, y de dejarnos educar por su fuerza formadora y transformadora.
Amén.
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