Sólo soy un pañuelo,
un retazo de tela que ella misma bordó, lavado muchas veces y secado a la
sombra o a pleno sol.
Quisiera ayudar a
esta madre tierna que tiene en sus brazos a su Hijo, que dicen es Dios.
Aún estoy en sus
manos, pero no me estruja mientras llora en silencio. Ya no siento su dolor,
estoy más tranquilo, diría que me siento en paz. Es que ahora sus manos me
deslizan suavemente sobre el rostro inerte del que llaman… el Señor.
¿Qué pasa? Estoy
suavemente perfumado, siento calma apoyado sobre este rostro y en cada caricia
que doy, descubro que el que acaricia no soy yo…
¡Soy un pañuelo
bendito por las manos de una madre y de su Hijo, el Señor!… ¡No, no me laven
por favor! Llevo el perfume de Cristo y el llanto de María… ¡Quiero quedarme en
sus manos para poder llorar yo!…
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