Hoy, fiesta del
nacimiento de la Virgen María, Estrella de la mañana, como la invoca San
Bernardo, quiero poner nombres a la constelación celeste que corona a la Mujer
vestida de sol y que tiene a la luna por pedestal, la dispuesta por Dios para
ser madre suya.
María es la Inmaculada, la
concebida sin pecado. Dios podía liberar a quien iba a ser madre de su Hijo de
toda mancha de pecado, lo quiso y lo realizó. Ella es la sin-pecado.
María es la colmada de gracia, la
amada de Dios; así la llama el ángel Gabriel como nombre propio, y esa
identidad configura esencialmente la vida de la Nazarena.
María es la mujer creyente, la que se
fía de Dios; así la saluda su prima Isabel: “Dichosa tu, que has creído”. Ella
es nuestra madre en la fe.
María es la mujer abierta, despojada, obediente,
que abandona su propio proyecto por el que le revela el Ángel de Dios: “Hágase
en mí según tu Palabra”.
María es la madre del Verbo encarnado:
“Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo”, el Hijo de Dios. Es la madre
de Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, es también verdadera Madre de
Dios.
María es la contemplativa por excelencia,
ella “guardaba todas estas cosas en su corazón”. Maestra en acoger la
Palabra, meditarla y alumbrarla.
María es la mujer servicial: “Subió
deprisa a la montaña a servir a su prima”. Ella se tiene por esclava, servidora
del Señor, y de cuantos tengan necesidad de su ayuda.
María es la mujer agradecida, sensible
a los dones recibidos. No se cree con derechos y reconoce a quien es la causa
de su privilegio: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.
María es mujer solidaria, sensible, social.
La vemos actuar en el marco de una boda de manera comprometida cuando le dice a
su Hijo: “No tienen vino”.
María es la mujer fuerte, no se
arredra frente a la dificultad. “Junto a la Cruz estaba María, su madre”.
María es la mujer orante; dialogó con
el Ángel, acudió al templo con angustia buscando a su Hijo, se reunió con los
discípulos a la espera del don del Espíritu Santo.
María es la mujer ensalzada, gloriosa,
colocada junto a su Hijo en el cielo.
Por todos estos
motivos, a la vez que sentimos inmensa alegría, felicitamos a la Virgen María
en la fiesta de cumpleaños.
Por el nacimiento de
María se enciende nuestra esperanza, el sentido de nuestra peregrinación. Ella,
Medianera de todas las gracias, permanece en el desierto como mujer entrañable.
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