Señor mío, quiero confesarte como el Dueño de mi vida, mi guía, mi maestro, mi faro de luz, la estrella que ilumina desde lo alto todos mis senderos.
Gracias por tu bondad infinita y por colmarme de las gracias suficientes para salir adelante en mi camino de vida, levantándome cuando caigo.
Tú te has elevado al Cielo, no para dejarme solo o a mi suerte, sino para restaurarme con la fuerza y el poder de tu Espíritu Santo, para revestirme de tu poderío y a transformarme el corazón en el manantial de tus bendiciones.
Puedo refugiarme en Ti con seguridad. Sé que has subido al Padre y a su lado permaneces, no como acusador, sino como mi abogado personal, un abogado que conoce mis debilidades y aún así, permanece fiel en tu amor, porque tu fidelidad es eterna y tu compasión es inmensa.
Tú eres la fuente de la vida misma y del amor, el que me anima a dar la batalla y a no dejarme ganar por los problemas cotidianos que vienen a envolverme para cegarme en mi camino hacia Ti.
Ayúdame a tener fortaleza en la prueba, a sentir que no camino solo, que desde arriba, junto al Padre, Tú me proteges y me bendices para librarme de todas mis preocupaciones.
Ahora, pongo en Ti toda mi confianza, reconociéndome amado por Ti desde la eternidad. Te invito a vivir desde ahora en mi corazón y que te quedes en él para siempre. Amén
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