Mons. Ottavio Michelini
10 de enero de 1976
Nuestra participación, como ministros de Dios en el Misterio de la
Encarnación, de la Cruz y de la Eucaristía tiene puntos de gran semejanza con
la participación de la Virgen Santísima en estos tres grandes Misterios.
Como la Santa Virgen, así el sacerdote es llamado por vocación a
estar activamente presente en el Sacrificio de la Santa Misa, perpetuación del
Santo Sacrificio de la Cruz.
Está presente en unión con Cristo en el ofrecimiento de sí mismo;
está listo para aceptar, sufrir y ofrecer dificultades e incomprensiones,
insultos y ofensas, el sufrimiento en general como Jesús ha hecho. Sin este
ofrecimiento, la participación del Sacerdote resulta tan sólo exterior,
material y por lo tanto infecunda.
El sacerdote, con las palabras de la Consagración, renueva el
prodigio de la Encarnación: provoca, como la Virgen con su Fiat (Hágase), la
real Encarnación del Verbo en sus manos.
Amándolo, como María lo ha amado en su seno, recibiéndolo en la
Santa Comunión con la pureza de alma y de cuerpo con la que la Virgen lo
concibió, con el ofrecimiento hecho en unión con Jesús al Padre, el Sacerdote
se vuelve, como la Virgen, verdaderamente corredentor.
Si el sacerdote celebrante no está animado por esta fe y por estos
sentimientos y propósitos, su Misa es estéril para él; no ha sido más que un
protagonista material del más grande Misterio.
¡No esperéis!
Si nosotros sacerdotes celebrásemos la Santa Misa como la
debiéramos celebrar, el mundo no sería lo que es; Satanás no tendría la fuerza
que tiene, y muchas más almas se salvarían.
El tormento del Sacerdote que se condena será muy diferente del
tormento de los otros condenados; solo hallará comparación con la desesperación
de Judas que habría podido ser, uniendo y fundiendo sus dones naturales con los
sobrenaturales, un grandísimo apóstol.
... Sacerdotes que celebráis la Santa Misa sacrílegamente, coméis y
bebéis diariamente vuestra condenación.
No aplacéis de hoy para mañana vuestra conversión. No esperéis...
Mañana podría ser demasiado tarde.
Un gran acto de humildad, lo que Judas siempre se negó a hacer, una
ardiente invocación a la Virgen Santísima, refugio de los pecadores,
transformará vuestra existencia y cambiará vuestro destino eterno.
Hermanos en el Sacerdocio, ¿no habéis meditado jamás el sueño, la
visión de San Juan Bosco "las dos columnas"? Leedla, os daréis cuenta
que nosotros estamos viviendo de lleno la profecía; la última parte de la
visión predice los tiempos que seguirán a los actuales acontecimientos.
Estos tiempos se acercan; debemos prepararnos en la oración y en la
penitencia.
No seamos escépticos e incrédulos; ¡creamos y nos será dado ver y
entender! ¡No dejéis caer en el vacío los impulsos de la gracia que llaman la
puerta de vuestro corazón!
El Corazón Misericordioso de Jesús, el Corazón Inmaculado de María
nos salven y nos bendigan.
(Confidencias de Jesús a un Sacerdote – P. Ottavio Michelini)
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