Los hombres buscamos siempre seguridades, porque al ser criaturas,
somos limitados y cambiantes, y necesitamos algo que sea firme y seguro. Por
eso tenemos que anclarnos en Dios, que no cambia y permanece para siempre.
Y una de las seguridades en que debemos basar nuestra vida, es
justamente el creer que Dios nos ama. Pero que nos ama mucho, infinitamente. Y
no dudar jamás de esta verdad tan consoladora, aún en medio de las pruebas más
amargas.
Si confiamos en Dios y estamos convencidos de que Él nos ama,
entonces ya seremos felices en este mundo, porque el sabernos amados por Dios,
es ya remedio para todas nuestras tristezas y amarguras.
¡Pobre el hijo que sabe que su padre o su madre no lo aman! ¡Qué
triste es para una criatura humana el saber que sus padres no lo quieren!
Pero nosotros, todos los hombres, sabemos que Dios es un Padre
Bueno, y nos ama hasta el punto de haber entregado a su propio Hijo a la cruz,
para salvarnos del Infierno al que todos íbamos si Cristo no hubiera venido a
salvarnos.
Entonces no dudemos de la bondad y el amor de Dios hacia nosotros,
y que esta convicción sea nuestra mayor seguridad en esta vida.
¡Bendito sea Dios!
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