No dejes,
nunca, de mirarme, Señor
porque, donde
Tú miras, sé que se encuentra
el pozo de la
felicidad.
¿Qué tiene tu
mirada, Señor?
¿Por qué,
hundiéndose tus ojos en el suelo,
no dejas de
poseer tu corazón en el cielo?
No dejes,
nunca, de mirarme, Señor,
porque, de la
manera en que Tú miras,
uno se
encuentra con la paz sin fisuras,
con la
sabiduría que viene del cielo,
con la
serenidad que necesita nuestra existencia.
¿Por qué me
miras, así, Señor?
Indigno soy
de tu mirada, Señor.
Me propones
caminos de vida,
y elijo los
que conducen a la muerte.
Me susurras
palabras de aliento,
y me disipo
en el ruido.
Me acaricias
con mano de amigo,
y mendigo
aquellas que no me ofrecen nada.
Mírame,
Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Porque, el
camino, cuando Tú marchas delante,
es menos
árido y menos complicado.
Porque, la
senda, cuando es iluminada
por tu
presencia,
se convierte
en vida y esperanza,
ilusión y
agradecimiento.
Mírame,
Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Para que mi
corazón, junto al tuyo siempre,
se agite con
movimiento ascendente, hacia el cielo,
y en ritmo
descendente, hacia la tierra.
¿Por qué me
miras, así, Señor?
¿Qué tengo yo
de noble para que tus ojos
se detengan
en mí?
¿Qué has
encontrado en mi vida
para que, por
un sólo instante,
sea yo
merecedor de tanto amor y de tanta gracia?
No me
importa, Señor;
Aquí tienes
mi fragilidad y mi angustia,
mis temores y
mi cobardía,
mi dureza y
mis egoísmos,
mis luchas y
mis contradicciones,
mis flaquezas
y mis caídas.
Mírame,
Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Porque,
cuando Tú miras,
sé que el
futuro ya no será tan incierto,
ni tan
difícil soportarlo.
Sé que el
presente estará más lleno
de plenitud y
de luz.
Sé que el
pasado, ya no contará
por los
errores cometidos.
Mírame,
Señor, y no dejes nunca de mirarme.
Y, cuando me
mires,
déjame,
siquiera un segundo,
acercarme a
tu corazón y,
luego, seguir
adelante.
Amén.
P. Javier Leoz
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