Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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jueves, 18 de junio de 2015

Alabar a María.



Fragmento sobre la Consagración a María

[10] Es, por tanto, justo y necesario repetir con los santos: DE MARIA NUNQUAM SATIS: María no ha sido aún alabada, ensalzada, honrada y servida como se debe. Merece aún mejores alabanzas, respeto, amor y servicio.
[11] Debemos decir también con el Espíritu Santo: Toda la gloria de la Hija del rey está en su interior (Sal. 45, 14). Como si toda la gloria exterior que el cielo y la tierra le rinden a porfía, fuera nada en comparación con la que recibe interiormente de su Creador y que es desconocida a criaturas insignificantes, incapaces de penetrar el secreto de los secretos del Rey.

[12] Debemos también exclamar con el Apóstol: El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar... (1 Cor. 2, 9) las bellezas, grandezas y excelencias de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. “Si quieres comprender a la Madre –dice un santo– trata de comprender al Hijo. Pues Ella es digna Madre de Dios”.

¡Enmudezca aquí toda lengua!

(del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María)

Comentario:

Nunca se alabará suficientemente a María. ¡Pobres nuestros hermanos protestantes que no la tienen en un lugar privilegiado de su corazón, son unos infelices, en el verdadero sentido de la palabra! Pero nosotros, católicos, cuánto debemos amar, honrar y venerar a la Madre de Jesús, pues si los que tocaban el manto de Jesús quedaban sanados de todos los males, ¿qué dones habrá recibido la que lo llevó en su vientre durante nueve meses? Consagrémonos a María si todavía no lo estamos, para ser felices en este mundo y en el venidero; pero no por carecer de problemas y dolores, sino porque tendremos una tranquilidad interior, una secreta alegría, una seguridad de sabernos salvados por ser sus fieles hijos y esclavos de amor. Pensemos una sola cosa y meditemos en ella un poco; es lo siguiente: María es sólo inferior a Dios. Y con esto queda todo dicho.
¡Dulce Corazón de María!
¡Sé la salvación del alma mía!





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