¡Qué diferente
sería, quizás, nuestra vida y el trato con nuestros prójimos, si estuviéramos
bien convencidos de que Dios nos mira constantemente, que no nos pierde de
vista ni por un instante!
Porque muchas veces nos olvidamos por completo que en todo momento estamos en presencia de Dios y actuamos mal, o no todo lo bien que deberíamos actuar.
Hagamos el propósito de habituarnos a tener siempre presente que estamos ante la faz de Dios, y que nada de lo que hacemos, decimos, pensamos o dejamos de hacer, escapa a su Vista, y que el Señor nos premiará por todo lo bueno que hacemos, pero también castigará lo malo que obramos.
¡Cuántos pecados evitaríamos si pensáramos más en la presencia de Dios en todas partes! ¡Qué distinto sería nuestro trato con los demás! ¡Qué diferentes serían, tal vez, nuestros negocios y trabajos, porque haríamos esto o lo otro, no porque nos esté vigilando nuestro patrón, sino porque es el mismo Dios quien nos vigila! No estafaríamos a ninguno, no solamente por miedo a la ley humana, sino porque Dios nos está viendo y nos castigaría, en este mundo o en el venidero.
Y no creamos que Dios haga la “vista gorda” como se dice, es decir, no vayamos a creernos que Dios pasará por alto algún gesto, alguna acción que hagamos, porque ya el Señor ha dicho en su Evangelio que serán juzgadas hasta las mínimas palabras.
Y quien diga que el hacer pensar que Dios nos vigila, es como meter miedo a las personas, en realidad lo importante siempre es evitar el pecado; y si con pensar en ello, nosotros pecamos menos, entonces ¡bendito pensamiento!
No estamos solos. Jamás estamos solos, sino que Dios está con nosotros, en todas partes, con todas las personas y lleva cuenta de nuestras buenas obras y de nuestros pecados.
Dicen los santos: “Mira que Dios te mira, mira que te está mirando, mira que vas a morir, mira que no sabes cuándo”. Así que sería muy fructífero para nosotros el tener siempre en la mente y el corazón, que Dios nos ve, y de ese modo tengamos un freno para pecar, y en cambio un gran impulso para hacer el bien a todos y en todas partes, tanto solos como acompañados.
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