Tiempo perdido.
El tiempo que
Dios nos ha concedido para que vivamos en este cuerpo mortal, en esta tierra de
exilio, no es para que lo pasemos bien en medio de placeres, incluso
prohibidos, sino para que lo usemos para hacernos santos, para ser buenos, para
hacer obras de misericordia y caridad, y así alcanzar la perfección que una
criatura puede alcanzar en este mundo.
Todo el tiempo
que no es aprovechado para trabajar en la santificación propia y ajena, es
tiempo perdido, es un derroche de tiempo y de fuerzas, porque la única
finalidad de que Dios nos haya colocado en este mundo es que nos hagamos santos
y así merecer el Paraíso.
La santidad es la
cosa más útil que hay, sobrenaturalmente hablando, porque un santo hace mucho
bien materialmente y, sobre todo espiritualmente, y sin que él se percate en lo
más mínimo de ese bien realizado, porque por la Comunión de los Santos, las
almas que adelantan en perfección, ayudan mucho al Cuerpo Místico de la Iglesia
a progresar en todo.
Por supuesto que
el mundo tiene en poca cosa la santidad, y suele admirar sólo a los santos que
han sobresalido en la ayuda a los pobres y en obras de beneficencia; pero eso
lo piensa el mundo, que no debemos olvidar que es enemigo del cristiano, y a
este mundo no le interesan los santos, ni hace caso de sus máximas. Nosotros
tenemos que combatir al mundo y no aceptar sus máximas, porque son
completamente opuestas a las enseñanzas del Evangelio.
No podemos
agradar al mundo y agradar a Dios al mismo tiempo, tenemos que elegir. Y la
santidad es elegir agradar a Dios por sobre todas las cosas, personas y
situaciones.
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