Ya que en todos lados de organizan competencias y juegos, ¿por qué no
hacemos también nosotros la santa competencia de ser santos?
En el noviazgo, que los novios corran carrera para ser uno más santo que el otro. En el matrimonio lo mismo. Y en la familia en general, competir para ser más santos, más amables, serviciales, agradables. Es cierto que la recompensa por la participación en esta especie de deporte o juego, no será monetaria, pero sí Dios nos pagará con la vida eterna en el más allá, y aquí, con dones de todas clases, el primero de todos: la paz y la concordia en el noviazgo, en el matrimonio y en la familia.
¡Qué lindo sería que compitamos por ser los mejores, los más buenos, los más santos! Así, los demás tratarán de ganarnos e intentarán ellos mismos ser mejores también.
Tenemos que tomarnos la vida como lo que es: un tiempo de prueba que Dios nos concede para que seamos santos. Y pongámosle a la vida la gracia de hacer las cosas con humor y alegría, aprovechando cada cosa para usarla como trampolín para ser mejores cada vez. Si hacemos así, entonces todo, absolutamente todo lo que suceda, será causa de mérito para nosotros, porque seremos semejantes a Dios, que saca del mal, el bien. También nosotros convertiremos lo malo que nos pase, en bienes.
Si llegáramos a entender un poco este misterio, tendremos ya todo resuelto, porque como dice la Sagrada Escritura: “Todo ocurre para el bien de los que aman a Dios”. Si nosotros amamos a Dios, entonces todo lo que acontece está a nuestro servicio, aunque a veces no lo parezca.
¡Qué gracia tenemos de haber sido bautizados en la fe católica, de tener un Padre tan bueno en el Cielo, y de tener fe! Demos gracias a la Divina Providencia que pensó en nosotros desde toda la eternidad, para que vivamos en este tiempo de gracia y lo aprovechemos para ser perfectos.
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