ORACIÓN para no desfallecer.
El silencio es una escuela en la que María
aprendió
a ser grande ante los ojos de Dios.
El mundo está lleno de grandes parlanchines.
Por el contrario, es deficitario de oyentes.
María nos invita a descubrir la necesidad de
reflexión.
PAZ para no romper nuestra amistad con Dios,
ni nuestros deseos de armonía con los que nos
rodean.
Donde hay encuentro personal con Dios, hay
serenidad
alrededor. Dios es amor. María, con su propia
existencia,
nos indica un camino: el equilibrio.
FORTALEZA ante la adversidad.
Para acompañar al que pasa horas amargas, y
para enfrentarnos
sin temor a nuestras propias
responsabilidades.
María, con su "sí", nos empuja a ser
exigentes
con nosotros mismos.
ALEGRÍA para irradiarla a los demás.
Una alegría que nace desde el corazón.
Una alegría que no es ficticia ni postiza.
María, con el "magnificat", nos hace
descubrir
la auténtica alegría: DIOS
DISPONIBILIDAD para aventurarse.
No siempre hay que hacer las cosas por su
fruto
inmediato y seguro. Hay que saber ofrecerse
aún
a riesgo de perder algo de nuestros derechos.
María, con su apertura, nos dice que hay que
hacer
lo que haga falta. Por los demás, y por Jesús.
SOLIDARIDAD para salir de nosotros mismos.
En nuestros problemas no se acaba el mundo.
Es más, cuando salimos del entorno que nos
preocupa,
podemos darnos cuenta que las cruces que
llevamos,
son ridículas comparadas con aquellas que
otros soportan.
María, sin mirarse a sí misma, corrió en ayuda
de su prima Isabel.
SENCILLEZ para vivir, con realismo pero sin
dramatismos,
las circunstancias de cada día. María dijo
“aquí estoy”.
Luego dejó que Dios siguiera actuando.
María, mirando hacia el cielo, comprendió
muchas cosas
de las que ocurrían en la tierra.
P. Javier Leoz
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