¿Y
no es injusto que reciba el mismo premio del cielo uno que ha llevado
toda una vida de esfuerzo y sacrificio, que otro que se ha convertido
a última hora en el lecho de muerte?
La Iglesia afirma
que el grado de felicidad en el cielo será distinto según
la diversidad de los méritos alcanzados por cada uno en la
tierra. Y lo mismo puede decirse sobre la desigualdad de las penas
del infierno, según la gravedad y número de males cometidos.
Se muere como se vive. Dios es justo y dará a cada uno según
sus obras
Hay gente -parece
asombroso, pero es así- cuyo plan parece ser ese que dices:
convertirse en el lecho de muerte. Su idea es vivir egoístamente,
olvidados de todo y de todos, y en su estupidez imaginan que en el
último momento, rodeados de sus seres queridos, les bastará
con disculparse elegantemente por haberles amargado la vida, y pedir,
acto seguido, perdón a Dios
Pero cuando se
encuentren ante Dios, no cabrá el engaño. Toda la mentira
con que han querido condimentar su vida se desplomará en un
instante. Y -como escribe Arellano- si el camino del hombre hacia
la verdad es, en un noventa por ciento, tarea de descubrir mentiras,
esas personas se darán cuenta entonces de que en su vida esa
tarea ha sido muy escasa. Y se lamentarán de haberse negado
a reflexionar sobre la evidente realidad de la muerte. "Ahora
-dicen- no tengo tiempo para esas cosas; cuéntamelo en el lecho
de muerte, y quizá te escuche." Y ahí es donde
se equivocan por completo. Cuando se cae en la mentira para evitar
incomodos, la manta bajo la que pretenden esconderse se vuelve un
poco más grande, hasta que acaba por ahogarles debajo. Cada
momento en que cerramos voluntariamente los ojos ante nuestro destino
en la otra vida es un momento desperdiciado de esta.
Alfonso
Aguiló
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