Y llegó el momento. En la Misa del Domingo de Ramos (comienzo
de la semana santa) recordamos la entrada "triunfal" de Cristo-Rey en
la Ciudad Santa, Jerusalén, pocos días antes de su Pasión. La cruz espera
recibir al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Jesús es el Rey salvador y humilde que ha venido para servir
y dar su vida por el mundo. Es obediente al Padre hasta el final. ¿Cómo podemos
nosotros ser obedientes a la Palabra de Dios? El pueblo aclama al Señor como
Rey: "¡Hosanna al Hijo de David!" El Viernes Santo será alzado en el
trono de la cruz, después de confirmar ante Pilatos el misterio de su Reino, un
reino de paz, de amor, de salvación.
Jesús,
¿cómo pueden los hombres cambiar tan rápido de parecer? El Domingo te aclaman
gozosos como el Mesías esperado, el Rey de reyes, y cinco días después piden la
libertad de un asesino, Barrabás, y que seas tú el crucificado. Tú, el Rey de
los pobres, el Rey de los humildes, tú que llegas a Jerusalén no en un caballo
ni al son de trompetas, sino montado sobre un asno, como fue anunciado siglos
atrás por el profeta Zacarías (Za 9,9).
Jesús nació pobre en un pesebre y vivió
humildemente. Así fue la llegada de Dios al mundo, misterio que confunde a los
soberbios y que da esperanza a los sencillos. Ahora Cristo llega a Jerusalén en
un asno, donde permitirá ser despojado hasta de sus vestidos y ser colocado en
la fría piedra de un sepulcro.
El Rey de reyes ha convertido la cruz no en
instrumento pesado, de suplicio, sino en instrumento de salvación, trono real
de los cristianos. "¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!"
(Lc 19,38), dicen las gentes. Debieron ser muchos aquel día en Jerusalén. Pero
más somos los que en la Santa Misa cantamos el himno de su gloria:
"Sanctus , bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo".
Nos unimos a los coros de los ángeles, a todos los
hombres de buen corazón que adoran a Dios humilde, a Cristo que entra presuroso
en la Ciudad Eterna deseando consumar el sacrificio redentor para que sus hijos
tengan la vida eterna.
Señor, que siempre sepamos reconocerte como el Rey
de nuestras vidas.
Dios nos siga bendiciendo.
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