Ayúdame,
oh Señor, a que mis ojos
sean misericordiosos, para que
yo jamás recele o juzgue según
las apariencias, sino que busque
lo bello en el alma de mi
prójimo y acuda a ayudarla.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas.
Ayúdame, oh Señor, a que
mi lengua sea misericordiosa
para que jamás hable
negativamente de mi prójimo sino
que tenga una palabra de
consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que
mis manos sean misericordiosas y
llenas de buenas obras para que
sepa hacer sólo el bien a mi
prójimo y cargue sobre mí las
tareas más difíciles y más
penosas.
Ayúdame,
oh Señor,
a que mis pies sean
misericordiosos para que siempre
me apresure a socorrer a mi
prójimo, dominando mi propia
fatiga y mi cansancio. Mi reposo
verdadero está en el servicio a
mi prójimo.
Que Tu Misericordia, oh Señor
mío, repose dentro de mí. Tú
Mismo me mandas ejercitar los
tres grados de la misericordia.
El primero: la obra de
misericordia, de cualquier tipo
que sea. El segundo: la palabra
de misericordia; si no puedo
llevar a cabo una obra de
misericordia, ayudaré con mis
palabras. El tercero: la
oración. Si no puedo mostrar
misericordia por medio de obras
o palabras, siempre puedo
mostrarla por medio de la
oración. Mi oración llega hasta
donde físicamente no puedo
llegar. Oh Jesús mío,
transfórmame en Ti, porque Tú
puedes hacer todo.
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