EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER
«Éste es el trabajo que Dios quiere:
que creáis en el que Él ha enviado» (Jn 6, 29)
que creáis en el que Él ha enviado» (Jn 6, 29)
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33.La relación entre la
Eucaristía y cada sacramento, y el significado escatológico de los
santos Misterios, ofrecen en su conjunto el perfil de la vida
cristiana, llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda
de sí misma agradable a Dios. Y si bien es cierto que todos nosotros
estamos todavía en camino hacia el pleno cumplimiento de nuestra
esperanza, esto no quita que se pueda reconocer ya ahora, con
gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización
perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su
Asunción al Cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de
esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica
la meta escatológica que el Sacramento de la Eucaristía nos hace
pregustar ya desde ahora.
En María Santísima vemos también perfectamente
realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa
salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. María de
Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la Persona
cuya libertad está totalmente disponible a la Voluntad de Dios. Su
Inmaculada Concepción se manifiesta claramente en la docilidad
incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que
asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. La Virgen,
siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la Voluntad divina;
conserva en su Corazón las palabras que le vienen de Dios y,
formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a
fondo (cf. Lc 2,19.51).
María es la gran Creyente que, llena de confianza, se pone en las
manos de Dios, abandonándose a su Voluntad.
Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total implicación
en la Misión Redentora de Jesús. Como afirmó el Concilio Vaticano II,
«la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por
Voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn 19,25), sufrió intensamente
con su Hijo y se unió a su sacrificio con Corazón de Madre que,
llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo
como Víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio
como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu
hijo» (Lumen
gentium, 58) Desde la
Anunciación hasta la Cruz, María es Aquélla que acoge la Palabra que
se hizo carne en Ella y que enmudece en el silencio de la muerte.
Finalmente, Ella es quien recibe en sus brazos el Cuerpo entregado,
ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos «hasta el
extremo» (Jn 13,1).
Por esto, cada vez que en la Liturgia
Eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos
dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio
de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales
han afirmado que «María inaugura la participación de la Iglesia
en el sacrificio del Redentor».
Ella es la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y,
de esa manera, se asocia a la obra de la salvación.María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de Sí mismo en la Eucaristía.
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