«La vida de María fue tal, que Ella sola es norma de vida para todos nosotros. Ella es la regla de nuestras vidas».
San Ambrosio de Milán
«Porque eres hermosa, porque eres inmaculada,
La mujer en la Gracia al fin restituida,
La criatura en su honor primero y en su florecimiento último,
Tal como salió de Dios en la mañana en su esplendor original.
Inefablemente intacta porque eres la Madre de Jesucristo,
Que es la verdad en tus brazos, y la única esperanza y el único fruto.
Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada».
Paul Claudel.
María –como hija, como esposa y como madre– habrá de estar siempre presente en la educación de nuestras hijas, incluso cuando parezca no estar. Y, sin perjuicio de que la primera mirada ha de estar dirigida directamente a ella, cuando no sea así, habrá de dirigirse hacia los vestigios y pálidos reflejos que María proyecta en otras mujeres.
Así, la búsqueda de esas virtudes es el camino que a toda mujer espera en su peregrinar terreno, de acuerdo a un ordo virtutum a través del cual ascender, virtud por virtud, para, con la ayuda imprescindible de la gracia, alcanzar su destino. Y María, la misma madre de Dios, es la referencia a emular y, a un tiempo, la guía con quien caminar en ese peregrinaje de perfección.
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