Está escrito: “Aquel que ame la pureza tendrá al Rey por amigo”. De ahí que San José, a quien la gracia de Dios previno, pues había sido santificado desde el materno seno, se consagrase a Él por el voto de virginidad.
Él amaba esta virtud y la custodiaba con el mismo esmero con que cuida un buen siervo de conservar intacta la limpieza y conveniencia de las vestiduras con que ha de comparecer en presencia de su Señor. De manera que en ese primer convento de Nazaret había tres lirios, Jesús, María y José: ¡esto nos revela cuánto agrada a Dios la flor de la virginidad!
Tal ha de ser la pureza del alma dedicada al servicio de la Eucaristía. Como a San José, el Padre celestial le confía el amor, la gracia y la gloria de su Hijo divino; Jesús es todo su tesoro, su Rey y su Dios.
Sólo por la pureza podrá servirle dignamente.
Pureza de espíritu: por la rectitud de intención, no proponiéndose en todas sus acciones sino el mejor servicio de Jesús Sacramentado.
Pureza de corazón: no amando en último término y soberanamente sino a Jesús y a Jesús solo.
Pureza de voluntad: no queriendo sino lo que Él quiere y siempre con la mira de su mayor gloria.
Pureza de cuerpo: por la mortificación cristiana.
¡Oh San José! que a causa de tu pureza mereciste ser elegido para esposo de la más pura de las vírgenes y ser llamado padre de Jesús, alcánzanos una pureza semejante a la tuya, a fin de que podamos servir dignamente a Jesús en su trono de amor, en unión con María, contigo y con los Ángeles.
Fuente:
https://vozcatolica.com/vc/san-jose-perfecto-modelo-de-pureza
MISLopez
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