“Más de una vez, cuando aserraba sus maderas, cuando María, viéndole cansado, le presentaba un vaso de agua para confortarle, cuando veía al Niño Jesús trabajando a sus órdenes, considerando, meditando acerca de esta situación inaudita, debió José sentirse movido a salir por las calles para revelar su secreto a los hombres. Pero tuvo la fortaleza de callar, y su secreto se marchó con él al sepulcro. Todavía, muchos años más tarde, viendo la sabiduría del profeta de Nazaret, se preguntaba la gente: «¿Acaso no es Éste el hijo del carpintero?» Pero los siglos, exploradores de la palabra divina, han ahondado en el sagrado silencio donde habita el venerable Patriarca, han sacado a luz las cosas encubiertas, han revelado la grandeza maravillosa de San José. Como ante el misterio, los hombres han quedado sobrecogidos al contemplar la figura a la vez dulce y majestuosa de aquel que fué digno de custodiar los más ricos tesoros de los cielos y de la tierra, que fue llamado padre de Jesús y esposo de María, que tuvo la dicha inefable de vivir en un taller adonde se había trasladado toda la gloria del paraíso; que, feliz entre todos los hombres, murió en brazos de la Madre de Dios y Dios mismo cerró sus ojos”.
Fray Justo Pérez de Urbel, O.S.B.
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