Apresurémonos, hermanos, apresurémonos a unirnos a Dios, creador de todo, descendido a la tierra para nosotros, desdichados. Ha inclinado los cielos y se ocultó de los ángeles, habitó en el seno de la Virgen santa, de ella tomó carne, sin mutación, de manera inefable, viniendo para la salvación de todos.
No son de nosotros mismos las palabras, sino que son las palabras de Dios que manifestaron la luz del siglo venidero. Nuestra salvación es que el Reino descendió sobre la tierra, el Rey soberano de los seres de lo Alto y de los seres de aquí abajo, ha querido devenir semejante a nosotros. El fin es que compartamos el Reino de los cielos, tengamos parte a su gloria y seamos herederos de los bienes eternos que nadie jamás vio. Tengo la convicción, afirmo con mi fe, que esos bienes son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Trinidad Santa. Fuente de bienes, vida de todo lo que existe, alegría indecible y salvación de todos los que reciben algo de su inefable iluminación y son conscientes de estar en comunión con él.
Escuchen: es llamado Salvador porque a los que él se une, les procura la salvación. La salvación es ser liberado de todos los males y encontrar todos los bienes para siempre, al mismo tiempo. En vez de la muerte, la vida. En vez de las tinieblas, la luz, y en el lugar de la esclavitud de pasiones y acciones infames, la libertad total de quienes están unidos a Cristo, Salvador de todos. Poseerán para siempre toda alegría, felicidad, bienaventuranza (…) que sólo conocerá, concebirá y verá el que esté sincera y ardientemente unido a Cristo.
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himno 42 (SC 196. Hymnes III, Cerf, 2003), trad. sc©evangelizo.org
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