"Refiere el Venerable Beda que un individuo, piadoso en un principio, fue enfriándose en su fervor hasta caer en pecado mortal. Quería confesarse, pero cada día dejaba la confesión para el siguiente. Cayó gravemente enfermo, y aun entonces daba largas a la confesión, diciendo que ya la haría luego con mejor disposición.
Pero llegó la hora del castigo: le sobrevino un mortal desmayo, durante el cual parecióle ver cómo el infierno se abría debajo de sus pies. Recobró el sentido y todos los circunstantes le exhortaban a confesarse; a lo que él respondió: ‘‘¡Ya no es hora, estoy condenado!” Y como continuaran animándole, añadió: “Perdéis el tiempo; estoy condenado; ya el infierno me abre sus fauces, y en él veo a Judas, a Caifás y a quienes causaron la muerte de Jesucristo, y veo el lugar que cerca de ellos me está reservado, porque, como ellos, yo también desprecié la sangre de Cristo al diferir por tanto tiempo la confesión”.
El infeliz murió impenitente y con tales muestras de desesperación, que fue enterrado como un perro, fuera de sagrado, sin que nadie rezase por él"
Para confesarse bien
San Alfonso María de Ligorio
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