En un retiro en silencio, a la hora de las comidas, ocurría una cosa que llamaba la atención: una de las personas, cuando terminaba de comer, se marchaba sin tomar el postre y dejaba los platos para que se los retiraran. Esa persona no lo hacía con ninguna mala intención, sino por aprovechar más el día de retiro. Seguramente que, a lo largo de esos días, su deseo de servir al Señor y a los demás era intenso y sincero... Sin embargo, no caía en la cuenta de que, con ese gesto, lo que estaba haciendo era que otros tuvieran que recoger los platos por él.
Esta escena ejemplifica como en ocasiones el árbol nos impide ver el bosque. Arden en nosotros grandes deseos de servicio. Grandes planes. Y, sin embargo, no caemos en la cuenta de que a nuestro lado existen miles de situaciones y oportunidades donde llevar a cabo este servicio al que nos llama Jesús, en lo más sencillo...
No perdamos de vista que los relatos evangélicos nos narran situaciones de la vida cotidiana donde Jesús actuaba. No eran situaciones excepcionales. Sino que le ocurrían a lo largo del camino o en los pueblos que transitaba.
Pidámosle al Señor que nos de su mirada. Una mirada atenta al mundo que nos rodea. Que nos permita estar atentos a todos aquellos que nos necesitan.
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