Estamos en la novena de Difuntos, y es un momento especial que nos
concede la bondad de Dios para que meditemos en el fin de nuestra vida, la
muerte, que a todos nos llegará, pero que sin embargo vivimos como si nunca nos
fuéramos a morir.
Efectivamente si pensáramos más en nuestra muerte, en que todo lo de este mundo es pasajero, y que un día tendremos que dejarlo todo y presentarnos ante el Juez divino, ¡qué diferente viviríamos nuestra vida! Quizás ¡cuántas cosas dejaríamos de hacer, y cuántas otras cosas comenzaríamos a realizar! Pero estamos a veces como aturdidos, atolondrados por el mundo de hoy que es como una vorágine de cosas, de noticias, de hechos y situaciones, que muchas veces nos hacen olvidar el verdadero fin para el que hemos sido creados, y hacia el cual nos dirigimos, a saber: la muerte como fin terreno de nuestra vida, y Dios como fin último de nuestra eternidad.
Porque fuimos creados por Dios para que gocemos de felicidad eterna en el Cielo, y esta vida terrena nos debe ayudar a conseguir dicho fin. Pero si desperdiciamos la vida en frivolidades, o lo que es mucho peor, en continuar pecando y viviendo tibiamente, entonces la muerte nos caerá de sorpresa y perderemos el Cielo y nos condenaremos para siempre.
¡Qué locura la nuestra! Vamos como bailando al borde de un precipicio y seguimos sin prestar atención de que la vida hay que tomarla en serio, porque no tendremos una segunda oportunidad.
Pidamos a las Almas del Purgatorio que nos ayuden a abrir los ojos para comprender que debemos vivir siempre en gracia de Dios para estar bien preparados si nos llegara la muerte, y viviendo sobriamente haciendo el bien y evitando el mal, porque estamos ciertos de que un día moriremos y se habrá terminado el mundo para nosotros y comenzaremos la eternidad.
Pensemos en estas cosas y seguramente notaremos que en nuestra vida hace falta un buen golpe de timón para volver a corregir el rumbo, que nos debe llevar a Dios, a ganarnos el Cielo bendito y evitar el Infierno eterno.
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