Sí, Jesús;
Hace mucho tiempo que me abandoné
y hasta me perdí por caminos aparentemente llanos,
y, al recorrerlos, me di cuenta
que eran inciertos, inseguros y con final oscuro.
Miré, y comprobé que caminabas a mi lado.
¡Gracias, Señor!
Un buen día, comencé a creerme
lo que, a mí mismo, me decía,
olvidé tus Palabras, dejé de escucharlas.
Me interesaban aquellas otras rojas y blancas,
verdes y amarillas que se sostenían
en el altavoz del escaparate del engaño.
Afiné mi oído, Señor, y quedé desnudo
ante la Verdad de tu persona.
Eres amor que no engaña.
Eres amigo que no falla.
Miré, y comprobé, que mi vida
era una gran mentira.
No sé cómo ni cuándo,
pero una tarde pensé en la vida y en la muerte,
reflexioné sobre la muerte y la vida,
y, al mirarme a mí mismo,
comencé a sentir llagas de preocupación,
heridas de sufrimiento,
cicatrices de dolores y de debilidad.
Levanté mis ojos a tu cruz, Señor,
y me quedé asombrado de la Vida de tu Vida,
de la fuerza de tu Vida,
del amor de tu Vida.
Por eso, Señor, no puedo menos en este día
que decirte y pregonar a los cuatro vientos:
Tú, sí que eres Camino, Verdad y Vida.
Y, ¿sabes, Señor?
En mi camino, mi verdad y mi vida,
siempre me haces falta.
Amén.
P. Javier Leoz
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