El toque
salvífico de Jesús lo podemos
prolongar con
nuestras manos.
Deben ser,
como las de Cristo,
serviciales,
amistosas, generosas.
Deben estar,
como las de Cristo,
dispuestas
por amor a dejar clavarse.
Deben
abrirse, como las de Cristo,
para repartir
sin pedir nada a cambio
Deben
moverse, como las de Cristo,
sin
desesperar aunque parezcan no hacer nada.
Deben
regalar, como las de Cristo,
ofreciendo el
ciento por uno.
Deben
caminar, como las de Cristo,
acogiendo y
no juzgando.
Deben
abrazar, como las de Cristo,
perdonando y
no llevando cuentas de atrás.
Deben
utilizarse, como las de Cristo,
para
acompañar y no para condenar.
Deben
emplearse, como las de Cristo,
para sanar y
no para guardarlas.
Deben
sacarse, como las de Cristo,
para enseñar
y no para predicar.
Deben
levantarse, como las de Cristo,
para bendecir
y no para maldecir.
Deben
ofrecerse, como las de Cristo,
para empujar
hacia el cielo sin olvidarse de la tierra.
Deben
acariciar, como las de Cristo,
para
compartir sin esperar recompensa.
Deben
airearse, como las de Cristo,
para levantar
y no para humillar.
Deben
juntarse, como las de Cristo,
para pregonar
y no para ocultar.
Deben desplegarse,
como las de Cristo,
para abrazar
y no para odiar.
En la Pascua
de Resurrección
hay que hacer
una firme promesa ante el Señor:
¡Aquí tienes
mis manos, mis pies y mi voz
para dar
testimonio de tu Resurrección!
P. Javier Leoz
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