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domingo, 5 de abril de 2015

La Virgen tenía certeza absoluta de la Resurrección





"...Es legítimo pensar que verosímilmente Jesús Resucitado se apareció a su Madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (ver Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que Ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la Resurrección, por Voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la Cruz y, por tanto, más firmes en la fe..." (San Juan Pablo II. 21 de mayo de 1997)



La Virgen tenía certeza absoluta de la Resurrección de su Hijo pues El lo había predicho tan abiertamente, pero María ignoraba la hora ya que era indeterminada. Pasó pues la noche del Gran Sábado, que le pareció muy larga, a reflexionar sobre la hora posible de la resurrección.

Sabiendo que David más que los otros profetas habló de la Pasión de Cristo, recurrió el salterio, pero no encontró ninguna indicación sobre la hora. Sin embargo, en el Salmo 56, David, hablando de la persona del Padre a su Hijo, dice: “¡Despierta, alma mía! ¡Despierten, arpa y cítara!” Y el Hijo respondió: “Me despertaré a la aurora!”

Cuando María supo la hora de la Resurrección, pueden ustedes imaginar con cuanta prisa se puso de pie, para ver si la aurora se estaba acercando. Vio que no y acabó el salterio. Luego, quiso asegurarse si los otros Profetas no habían mencionado la hora de la Resurrección, y encontró en el capítulo seis de Oseas este texto: “Nos dará vida después de dos días; al tercer día nos resucitará, y viviremos delante de Él. Y conoceremos, y proseguiremos en conocer al Señor, como el alba está aparejada su salida.”
La Virgen se levantó y dijo: “Estos testigos de la hora en que mi Hijo debe resucitar me bastan…”, luego miró por la ventana y vio que la aurora empezaba a salir. Su alegría fue inmensa y exultó “¡Mi hijo resucitará!”. Después, arrodillándose, se puso a orar: “¡Despiértate, ven ante mí y mira, y Tú, Señor Dios Sabaoth levántate!”

Y de inmediato, Cristo le envió el ángel Gabriel diciendo: “Tú, que anunciaste a mi Madre la Encarnación del Verbo, anúnciale su Resurrección.” Enseguida, el Ángel se presentó ante la Virgen y le dijo: “Alégrate, Reina del cielo, porque el que mereciste llevar en tu seno ha resucitado, según predijo.” Y Cristo saludó a su Madre diciendo: “La paz esté contigo…”

Y María dijo a su Hijo: “¡Hijo mío! Hasta ahora rendía mi culto el sábado para honrar el santo descanso después de la creación del mundo; pero de ahora en adelante, será el domingo en memoria de tu resurrección, de tu descanso y de tu gloria”. Y Cristo lo aprobó.

San Vicente Ferrer. La Resurrección y la Trinidad

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