“Caminante no hay camino, se hace camino
al andar”. Con este poema, con fondo y mucha filosofía de fondo, se expresó
Machado (Extracto de Proverbios y cantares XXIX)
1.- Cristiano; no hay cuaresma que se
sostenga en sí misma. Es el día a día el que, de verdad, te va hacer sentir si
Dios es importante para ti. En tu camino, con tu esfuerzo y de la mano de Dios,
comprobarás si ese camino es cierto o, tan sólo, un engaño. Si en ese camino va
Dios contigo o, por el contrario, sólo quieres ir tú contigo mismo. ¿Hay camino
para Dios?
La cuaresma, en sí misma, no es
esencial. Es importante en cuanto que nos lleva a la Pascua. ¿Y qué nos aguarda
en la Pascua? Ni más ni menos que, como en Belén, primero un Señor humillado
pero, más tarde, un Señor glorificado.
Esto, amigo, no se vive de la noche a la
mañana. Esto, amigos, no se prepara como quien va a una librería y sólo lee el
índice de un libro pensando que, con eso, ya es suficiente.
El cristiano, en la cuaresma, se pone en
camino. Y con los pasos de la oración, la conversión, la penitencia, la caridad
o la eucaristía aprende a no dejar de lado a Cristo. ¿Seremos capaces de
caminar con Cristo o, tal vez, preferimos otros corredores con más colores pero
sin trascendencia alguna?
2.- Cristiano; la cuaresma será lo que
tú quieras y lo que Dios esté dispuesto a regalarte. Ni el esfuerzo te va a
garantizar tu encuentro con Jesús ni, tu tibieza o frialdad, te van hacer
cambiar un ápice de aquello en lo que estás instalado: yo soy así. La cuaresma,
en ese sentido, nos ofrece un abanico de posibilidades para llegar hasta la
Pascua más llenos y, sobre todo, más conscientes de lo que se celebra. No hay
peor cosa que, llegar al calvario, con el hombro débil y sin estar preparado
para el peso de la cruz. Asomarnos al sepulcro y no ver nada porque, nuestros
ojos, están llenos de telarañas superfluas.
La cuaresma, precisamente por eso y por
mucho más, es como un “balneario” donde salen del cuerpo de nuestras almas (y
también del corporal) aquello que estorba a la Gracia, aquello que nos impide
reconocer lo mucho que Dios ha hecho por nosotros.
El Adviento nos llevó a la Navidad y,
tal vez, no vimos ni el pesebre ni lo que habitaba dentro de él. La cuaresma
nos empuja a Jerusalén. Malo será que, al llegar, nos quedemos en el bosque y
no veamos la cruz. Nos subamos al monte y no bajemos al sepulcro vacío.
Que el Señor, de la mano de Teresa de
Jesús en este V Centenario y de San Juan Bosco en su Bicentenario, nos ayuden a
crear ambiente alrededor de la periferia de nuestras almas.
3.- El Papa Francisco insiste
constantemente en la necesidad de salir a las periferias de los pobres. No es
menos cierto que, tal vez la gran pobre (porque la alimentamos poco o nada) es
precisamente el alma. Ese lugar donde Dios quiere reinar y hacernos todo para
Él. ¿Estamos dispuestos? ¿Quieres convertirte? ¿De qué? ¿Por qué? En marcha:
hay un camino por recorrer. Aunque, a veces, sea duro el golpe.
Que la escucha de la Palabra de Dios,
las prácticas de piedad, la eucaristía diaria, la honestidad y sinceridad de
nuestra vida, el ejercicio de la caridad, la oración personal y la abstinencia,
nos ayuden a sentir que, el Señor, comienza su andadura camino del calvario. ¿O
es que no le queremos acompañar desde la cruz y arrimando nuestros hombros a la
cruz?
Javier Leoz