Que la fe sana, cuando
se cree y se toma como opción de vida, es un hecho irrefutable. Quien se acerca
a Cristo –además de empuje hacia el espíritu de las bienaventuranzas– siente
que, la fe, reconforta, anima, levanta, cura y dignifica.
1. La lepra personifica
en los tiempos que vivimos a toda persona que se duele y llora por las
situaciones de contradicción que se dan en el mundo. Por tanta exclusión e
injusticia fruto de la intolerancia o de los intereses que convierten
automáticamente a unos en buenos y a otros en malos. Unos son colocados en el
escaparate, como referencia y encarnación de los valores que emergen en una
sociedad caprichosa, y otros son desterrados porque –sus exigencias o su modo
de vida– pueden resultar chocantes o calificadas incluso de “peligrosas”.
Hay muchos descartes en
nuestra sociedad y muchos intentos ideológicos de silenciar a los que no hacen
orfeón o secundan iniciativas amparadas por leyes de turno.
Existen muchas
iniciativas de apartar a los “nuevos leprosos” porque no dicen lo que la
sociedad quiere oír ni actúan como la sociedad dicta.
2. Una vez más, como en
tiempos de Jesús, la perseverancia y la mano de Dios salen al paso de aquellos
que saben que, sólo Dios, es capaz de responder con generosidad cuando el mundo
rechaza o abandona.
Miremos un poco a
nuestro alrededor. ¿Qué se enaltece? ¿Qué se valora? ¿Qué se desprecia? ¿Qué se
margina? ¿Qué se recompensa?
La eucaristía de cada
domingo, el encuentro con la Palabra y con el Resucitado, nos inyecta a los
cristianos la fuerza necesaria para insertarnos de nuevo, con impulso renovado
y claro, en una sociedad donde no siempre predomina el bien común. Recordemos
que hemos de ser sal (aunque pique) y luz (aunque deslumbre).
La oración, personal o
comunitaria, nos brinda esa oportunidad para recuperarnos de otros tantos
rechazos cuando presentamos, con respeto pero con valentía, nuestra forma de
entender el mundo, la sociedad, el hombre, etc., desde la fe.
El testimonio, de lo que
llevamos dentro, de nuestra experiencia de Dios, nos exige pregonar que con
Jesús nos sentimos bien. Que haber encontrado a Dios, lejos de ser una
preocupación, nos ayuda a llenar huecos peligrosos en nuestra vida. Nos invita
a quemarnos, no hacia dentro, y sí hacia fuera, para que otros hermanos
nuestros –con abundancia de lepra materialista, hedonista, individualista,
pobreza, malos tratos, etc– puedan salir de ese estadio y reincorporarse de
nuevo a la vida o dejar que otros compartan su misma buena suerte.
¿Acaso no merece la
pena? Pongamos algo de nuestra parte.
Javier Leoz
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