En 1917, la Virgen María se apareció a tres niños, Lucía, Jacinta y Francisco, en Fátima, Portugal y les pidió rezar por la conversión de Rusia y del mundo. Un día, Jacinta confió conmovida a su prima Lucía:
“Nuestra Señora vino a vernos, a Francisco y a mi, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí”. Me ha anunciado que iría a dos hospitales, pero no para curar, sino para sufrir mucho, por la conversión de los pecadores, en reparación por las ofensas hechas al Inmaculado Corazón de María. Dijo que mi madre me llevaría y después me quedaría sola, pero no tengo miedo porque Ella me irá a buscar allí para llevarme al Cielo.”
Jacinta había quedado tan impresionada con la visión del infierno, que no podía parar de pensar en ello. A veces, pensativa, repetía en voz alta: “¡El infierno!…¡el infierno!… ¡Qué pena tengo de los pecadores!… Rezaremos mucho y haremos sacrificios para que los pecadores se conviertan”.
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