Así se entra en el canon, con la confianza filial que llama a nuestro
Padre Dios clementísimo. Le pedimos por la Iglesia y por todos en la Iglesia:
por el Papa, por nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros. Y el
católico, con corazón universal, ruega por todo el mundo, porque nada puede
quedar excluido de su celo entusiasta. Para que la petición sea acogida,
hacemos presente nuestro recuerdo y nuestra comunicación con la gloriosa
siempre Virgen María y con un puñado de hombres, que siguieron los primeros a
Cristo y murieron por El.
Quam oblationem... Se acerca el instante de la consagración. Ahora, en la
Misa, es otra vez Cristo quien actúa, a través del sacerdote: Este es mi
Cuerpo. Este es el cáliz de mi Sangre. ¡Jesús está con nosotros! Con la
Transustanciación, se reitera la infinita locura divina, dictada por el Amor.
Cuando hoy se repita ese momento, que sepamos cada uno decir al Señor, sin
ruido de palabras, que nada podrá separarnos de El, que su disponibilidad ‑inerme‑ de quedarse en las apariencias ¡tan
frágiles! del pan y del vino, nos ha
convertido en esclavos voluntarios: praesta meae menti de te vivere, et te illi
semper dulce sapere, haz que yo siempre viva de ti y que siempre saboree la
dulzura de tu amor.
Más peticiones: porque los hombres estamos casi siempre inclinados a
pedir: por nuestros hermanos difuntos, por nosotros mismos. Aquí caben todas
nuestras infidelidades, nuestras miserias. La carga es mucha, pero Él quiere
llevarla por nosotros y con nosotros. Termina el canon con otra invocación a la
Trinidad Santísima: per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso..., por Cristo, con
Cristo y en Cristo, Amor nuestro, a Ti, Padre Todopoderoso, en unidad del
Espíritu Santo, te sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos.
(Es Cristo que pasa, 90)
San Josemaría Escrivá de Balaguer
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