La historia de nuestra salvación comienza a tomar rostro humano en una niña nacida en Nazaret.
No era una reina. Ni rica. Ni poderosa.
Y, sin embargo…
1 «Tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá… de ti saldrá el que ha de gobernar a Israel» (Miq 5,2)
Dios elige lo pequeño.
Lo que el mundo desprecia.
Así comienza su obra: con una joven humilde… y con un pueblo olvidado.
2 El Evangelio de hoy (Mt 1,1-23) nos ofrece la genealogía de Jesús, como una alfombra tejida a lo largo de los siglos.
No es una lista aburrida.
Es la historia de cómo Dios escribe recto con líneas torcidas.
3 ¡Y qué líneas!
En esa genealogía hay mentiras, adulterios, paganos, mujeres marginadas…
Y en medio de todo eso: una promesa fiel.
Dios no se rinde.
No cancela a nadie.
Sigue apostando por nuestra humanidad.
4 Y al final de esa historia, aparece María.
Pequeña.
Oculta.
Sin títulos.
Solo una cosa tiene: Dios en el corazón.
Y eso basta para que se convierta en el punto de inflexión de la historia.
5 «Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús»
El ángel no le da a José un hijo suyo.
Le da un encargo divino: cuidar al Salvador.
Y a María, que ya ha dicho sí en el silencio.
6 La criatura que hay en ella «viene del Espíritu Santo».
Aquí está el centro:
La salvación no es cosa de hombres.
No es fruto de estrategia, ni de poder.
Es obra del Espíritu.
Gracia pura.
7 María nace para ser Madre de Dios.
No fue un accidente ni un premio.
Fue predestinada para eso.
Y tú y yo también hemos sido pensados, llamados, conocidos y justificados (Rom 8,28-30).
Dios no improvisa.
8 Por eso hoy desbordamos de gozo con el Señor (Sal 12).
Porque la historia no es un caos.
Ni nuestra vida es un error.
Todo está entretejido con amor eterno.
Dios nos llama por nuestro nombre.
Y cuenta con nosotros.
9 Celebrar el nacimiento de María es celebrar el inicio de un plan de amor.
Es confiar en que Dios sabe lo que hace.
Y es acoger, como José, sin miedo, la voluntad de Dios…
aunque no la entendamos del todo.
10 Santa María,
la pequeña,
la humilde,
la que dio a luz al que debía nacer…
enséñanos a decir “sí” como tú.
Y a esperar de Dios lo que nunca podríamos fabricar por nosotros mismos.
¡Feliz fiesta de tu Natividad!
Fuente:Sacerdos in æternum
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma