Jesús se ofrece en cada Misa en sacrificio al Padre Eterno. Su amor es incomprendido e insondable. Se abaja y anonada, se deja sostener por las manos sacerdotes y en ellas se inmola.
¡Bendita manos sacerdotales! Ninguna lengua podrá jamás expresar el honor de estas manos ungidas. En sus benditas cavidades el Hijo de Dios se ofrece, se derrama, se entrega.
Jesús es triturado por nuestras culpas. Sus llagas nos han curado. Escondámonos en sus santas llagas, especialmente en la llaga del costado y cobijémonos en este fuente insondable de Misericordia.
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