Muchas veces me pregunto: María, Madre mía, ¿Cómo es posible que
hayas vivido bajo el mismo techo con Jesús, siendo a la vez Hijo y Creador tuyo
sin morir de amor? ¿Cómo le mirabas? ¿Cómo le hablabas? ¿No temblabas ante su
presencia?
Dios se ha hecho hombre, tan cercano, tan humano que sobrepasa
nuestro entendimiento. Así dispuso su Divina Majestad desde toda la eternidad:
que el Verbo de Dios se encarnara para efectuar la Redención de los hombres,
pues nadie más estaba capacitado para realizar esta obra infinita.
Si María trató con tanto amor, sumo respeto y reverencia a su
Divino Hijo...y Jesús nos dice que "lo que hicisteis con uno de estos, mis
humildes hermanos, a Mí me lo hicisteis"...¿No tendríamos que tratar con
el más sumo cuidado a Cristo en el prójimo? En cada hombre está Cristo. Debemos
de pedir fe, más fe, fe viva, para descubrir detrás de cada rostro humano el
Rostro del Hijo de Dios.
¿Y no deberíamos acercarnos al Santísimo Sacramento como María lo
haría con Jesús, estando presente de manera verdadera, real y substancial?
Nuestros pies deberían temblar cuando entramos a una adoración eucarística, o
cuando estamos en la fila para recibir la Sagrada Comunión. Dios tan cerca, tan
cerca de mí... ¿En qué ando pensando, Dios mío?
Meditemos durante este Adviento la presencia -tan cercana- del
Emmanuel, Dios con nosotros.
Alejandro María
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